miércoles, 23 de diciembre de 2009

Un margen de alerta: 40 barcos de guerra

40 barcos de guerra. (Antología de poesía y sus editoriales)
Exordio de Enrique González Rojo-Artur, presentación
de Adriano Rémura Edición independiente, 2009

Hay muchos poetas, hombres y mujeres, por descubrir o redescubrir,
sobre todo en provincia

Enrique González Rojo-Arthur

I

La creación de antologías ha sido una práctica consecuente en el ambiente literario de las últimas décadas. Bajo distintos criterios de selección, extrapoéticos en su mayoría, se han presentado compilaciones de todo tipo: generales, regionales, temáticas y, sobre todo, generacionales. Infortunadamente, se percibe en casi todas el vicio que alienta su proliferación: la promoción grupal. Los ejemplos al respecto sobran: “anti-logías” que “van dando nombre”, o, mejor dicho, currículum a la luz del amiguismo, o bien el cinismo “antojo-lógico” de los que se compendian porque, sin mayor trámite, “se quieren tanto”. La polémica que despierta la publicación de una nueva antología —apenas superada por la que generan los premios literarios, como el Aguascalientes o el Gilberto Owen—, se debe en gran medida a falta de un método congruente de selección que, casi siempre, apuntala más a las inquietudes del antologador que a la esencia misma del material tratado. En este espectáculo “perverso” que construye prestigio de forma artificial, no siempre es fácil apreciar una propuesta legítima.

40 barcos de guerra. Antología de poesía y sus editoriales (Edición Independiente, 2009) difiere significativamente de las recopilaciones que buscan promocionar a un grupúsculo cualquiera. No hubo un “compilador” que le diera vida, sino una convocatoria abierta. Participan editoriales independientes (como Amarillo Editores, Versodestierro, Garabatos o El Arlequín), talleres literarios (Amanuense, Cantera Verde o el Taller de Poesía Cartago), casas de cultura (Casa de Arte de Comitán o Las Dos Fridas) y revistas literarias de todo el país (ARCA, Blasfemia, Clarimonda o Metáfora). 42 proyectos y 168 voces que no comparten un denominador común. Conviven, en el mismo espacio, poetas octogenarios con extensa trayectoria y jóvenes nacidos en los noventa que, en algunos casos, publican por primera vez. La idea rompe con la trillada manufactura antológica por generaciones, o la selección supeditada a un lapso temporal específico. Pero la pluralidad es, según se juzgue, un acierto o una tara del libro: por una parte, se ofrece un panorama extenso del quehacer poético en la actualidad, por otra, ser incluyente y rigurosos al mismo tiempo es prácticamente imposible, y no por otra cosa la antología está llena de altibajos.

Sin embargo, el concepto antológico no deja de llamar la atención pues, como afirma Adriano Rémura en el prefacio, la propuesta “es inédita por lo menos en México. No existe registro en donde 42 proyectos independientes de manera autogestiva, contraria a la mente tradicional, se aventuren a conformar un libro de poesía con 42 ópticas diferentes”. Y en esta extensa gama de posibilidades, ¿qué puede encontrar el lector? Tras una primera lectura, las respuestas afloran: 40 barcos de guerra es una guía de propuestas editoriales y de poetas que las representan, un libro de consulta que permite trazar rutas escriturales al margen del oficialismo y con ello un acercamiento a los poetas que desde distintos puntos de la república toman la palabra: Norma Bazúa (1928) en Sinaloa o María Rivera Valdez (1954) en Chihuahua, Jesús Bartolo Bello (1970) en Guerrero, Lorenzo Morales Malasangre (1973) en Tabasco, Leopoldo Ayala (1939) e Iván Leroy (1966) en la Ciudad de México o Yabel René (1968) y Porfirio García Trejo (1957) en el Estado de México, por mencionar unos ejemplos. Autores que a pesar de ser conocidos, no son reconocidos por un grupo amplio de lectores y esto no se debe al aparente localismo en el que proyectan su obra, sino a su independencia frente a los aparatos de poder: no juegan en el equipo oficial. La antología es un mapa poético interesante porque, de otra forma, sería imposible conjuntar las voces aquí expuestas.

Yabel René, durante la presentación de 40 Barcos de Guerra en Capulhuac, Edomex.

El título beligerante no es en vano. La antología representa una lucha contra las mafias literarias —oficiales o no— que viene a demostrar que la edición independiente, lejos de ser expresión subterránea o poco meritoria —un samizdat, como lo bautizó Nicolái Glazkov—, es una forma de entablar un diálogo desde los márgenes de lo establecido. La antología cobija propuestas no del todo aceptadas por la mirada canónica de las instituciones culturales: Clarimonda, revista alternativa mexiquense; Mezcalero Brother’s Ediciones, del contracultural Tianguis del Chopo, los Poetas en Construcción A.C. de Ciudad Nezahualcóyotl, con casi veinte años de trabajo y más de cincuenta títulos publicados, o bien nombres como Bruno Montané Krebs o Mario Raúl Guzmán, que algún tiempo fueron poetas del movimiento infrarrealista (uno de los episodios más ninguneados en la historia de nuestras letras). Más importante: éste es un itinerario que compendia el trabajo independiente que se realiza en los rincones de la provincia y que no siempre tiene resonancia en el centro: Garabatos en Sonora, un estado con menos de diez librerías; La Tarántula Dormida, en Guerrero; Ediciones La Cuadrilla de la Langosta, proyecto México-Chicago o Placa, plataforma de artistas Chilango-Andaluces (también resulta interesante la nómina de autores nacidos en otras latitudes que escriben en México o que mantienen contacto gracias a estas ediciones transnacionales: Sofía Faddeeva, de origen ruso; Eduardo Lucio Molina y Vedia, argentino; o Diego Vaya, español, entre otros).


II

Hace ochenta años El Grupo sin Número y sin Nombre proclama la inserción de las provincias en el quehacer artístico de la nación. La agrupación jalisciense pretendía la apertura de la periferia, confinada en una suerte de anonimato debido a la exclusión del foco artístico capitalino. Aunque no se trata de la primera disputa entre las demarcaciones y el centro, el hecho en cuestión registra una de las confrontaciones más significativas por la descentralización del medio cultural. 40 Barcos de guerra se inserta en esta confrontación, pero su disputa es contra las pandillas literarias que dominan los espacios oficiales. El libro nace en el marco del Homenaje Nacional al Poeta y Filósofo Enrique González Rojo-Arthur y el hecho me parece bastante significativo: González Rojo, autor de “Prolegómenos a una sociología de la mafias literarias” y responsable de los libros El rey va desnudo (1989) y Cuando el rey se hace cortesano (1990), desaparecidos desde su publicación porque cuestionan y ponen al descubierto los nexos entre Octavio Paz y el salinismo, es acaso el mejor ejemplo de escritura independiente del Estado y al margen del amiguismo. No está demás suscribir algunas palabras en el exordio de 40 barcos de guerra, preparado por González Rojo:

Las instituciones culturales del gobierno […] junto a una mafias y “capillitas privadas” […] nos muestran el espectáculo triste y desolador de un puñado de poetas que son ganados por el afán de poder, el ansia de reconocimiento y hasta por las prebendas malolientes que se pueden obtener en un mundo cultural como el nuestro. En cierto sentido —no soy el primero en asentarlo, pues se trata de un lugar común— la historia de la poesía mexicana es la historia de sus mafias.

La lucha por la apertura democrática de los espacios que generan mayor impulso, ubicados principalmente en el “centro”, no ha dado su última batalla pero es indiscutible que la presencia de las provincias ha estimulado la creación de tradiciones “aledañas” que han enriquecido considerablemente el panorama de nuestras letras: a principios de los años 80 Sandro Cohen sostenía que, después del D. F., los estados de Jalisco, Chiapas y Veracruz eran los más importantes por su larga historia literaria, y en los últimos años la frontera norte ha reclamado su lugar en la República de las Letras como portavoz de las nuevas tendencias (la Estética de los confines, para decirlo con Javier Perucho, o la “tradición tijuanense”, como sugiere Heriberto Yépez).

Si, como se ha dicho, la historia de un libro se escribe cincuenta años después de su publicación, falta mucho para conocer la trascendencia, si es que la tiene, de esta antología. Será importante el trabajo de difusión que cada una de las editoriales haga al respecto para colocar este libro en los estantes “adecuados”. Por el momento, 40 barcos de guerra es una importante invitación a sopesar el trabajo literario independiente en la actualidad. Una mirada a los márgenes escriturales en alerta a las inquietudes y necesidades del medio cultural.


*Hiram Barrios (Ciudad de México, 1983) estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la UNAM. Ha publicado en distintas revistas y medios electrónicos. Pertenece al Consejo Directivo de la revista Dédalus ( www.revistadedalus.com).



1 comentario:

Anónimo dijo...

lo que yo queria, gracias